CINEINFINITO / CINE CLUB SANTANDER (#302)
Martes 10 de Noviembre de 2020,19:30h. Cine Los Ángeles
Calle Ruamayor, 6
39008 Santander
Programa:
– The River’s Edge (1957), 35mm, color, sonora, 87 min
Formato de proyección: DCP
Agradecimiento especial al Cine Club Santander y a Miguel Marías
Allan Dwan. El cine naturaleza
Allan Dwan, nacido el 3 de abril de 1885 en Toronto (Canadá), murió el 21 de diciembre de 1981. Después de cursar estudios de ingeniería, crea unas lámparas de vapor de mercurio, antecesoras de los neones. Los estudios Essanay requieren sus servicios para hacer pruebas de estas lámparas para rodar. Él les vende unos guiones escritos en la universidad, y es como guionista que se hace indispensable. Pronto, a partir de 1909, empieza a realizar películas, a razón de una al día, tres días por semana. (…)
Si se consultan las historias del cine, es probable que aparezca citado: 1º) por haber trabajado con Griffith en la Triangle Fine Arts; 2º) por haber hecho películas con Douglas Fairbanks, entre ellas la célebre (porque tuvo éxito) Robin Hood (1922); 3º) por haber realizado dos películas célebres (idem) en la época del sonoro: Suez (1938), con Annabella y Tyrone Power, sobre la vida de Ferdinand de Lesseps, e Iwo Jima (1949), con John Wayne, película tachada de militarista; 4º) y sobre todo por haber realizado tal número de películas que no se sabe ni el número exacto, ni los títulos, ni el contenido (si bien es cierto que esto se limita al periodo 1909-1913, y que son películas de uno o dos rollos, es decir, cortometrajes).
Hoy se lo conoce mejor por ser uno de los dos directores preferidos de Gloria Swanson (junto a De Mille) y por haber sido el mejor director de Ronald Reagan, lo que vela con una ligera sombra el paraíso de la cinefilia. Se debe en todo caso a Dwan -y se conoce menos- el descubrimiento de Lon Chaney, que trabajaba para él como utillero y al que dirigirá en varias películas, de Ida Lupino, que llegó acompañando a su madre que pretendía un papel de jovencita, y de Rita Cansino, que se convertirá en Hayworth. Y quizá se le debe también la invención del travelling para mostrar una calle, en David Harum (1915).
No obstante, hubo una verdadera re-evaluación de Dwan en Francia a finales de los años 50, relacionada sobre todo con sus westerns y sus películas de aventuras producidos por la Republic y la RKO, algunas de las cuales nunca se estrenaron en Francia. Realizadas con el mismo equipo técnico, y a veces con los mismos actores, estas películas son pequeñas producciones: Angel in Exile, Silver Lode, Cattle Queen of Montana, Tennessee’s Partner, Slightly Scarlet, River’s Edge, Most Dangerous Man Alive, etc. Todas estas películas no pretenden en apariencia más que ilustrar las convenciones que les sirven de base. Estas famosas “pequeñas películas” (la regla de Dwan era: “presupuesto y velocidad, tempo”), por su ausencia de ambición visible y de un gran éxito de público, no han recibido los honores de la Historia del Cine. Dwan dejó de rodar en la época de declive del gran cine americano: Hitchcock, tras Marnie, se agrieta, a Hawks lo asalta una modernidad desengañada después de Rio Bravo, Ford asciende hacia una grandeza única y solitaria, vuelta hacia el pasado (Liberty Valance…), Lang trata de creer en un retorno a sus orígenes, Walsh escribe o se contenta con filmar caballos, Tourneur rueda lo que sea en Europa (La batalla de Maratón), McCarey espera en su oficina encargos que nunca llegan, etc. La lista es larga y, si no fúnebre, al menos desoladora. Solo Chaplin y Welles mantienen toda su potencia: La condesa de Hong Kong y Campanadas a medianoche son películas extraordinarias, y al admirarlas no sufrimos por sus autores.
¿En qué consiste el arte de Allan Dwan? Principalmente en esto: que siempre hizo el mismo cine, como si el resto del cine no evolucionara más que técnicamente, y no en sus formas. Se adaptó al sonoro, más tarde al color, y también a todos los géneros, de una manera completamente natural. Fue sobre todo un gran narrador: aunque los personajes sean un tanto pálidos, las historias se hayan contado ya docenas de veces, o conozcamos ya los decorados y las peripecias. Fue también un gran poeta del espacio: ya volvamos a ver sus primeras películas mudas o las últimas en color, encontramos en ellas una exaltación constante del espacio (muy próxima a la que ponía en marcha Buster Keaton). Es algo a lo que los historiadores del cine son poco sensibles (afortunadamente, hay personas como Kevin Brownlow), pero contar una historia es un arte que las películas ponen en práctica mejor o peor. Esta tradición de la restitución lo más exacta posible del espacio es esencialmente americana (más que hollywoodiense) y está ligada al cine cómico y burlesco (Mack Sennett) y al cine melodramático y policial: es una constante en Griffith, y prosigue en las comedias de DeMille y Lubitsch, pero creo que encuentra sus más bellos ejemplos en las obras de Walsh y Dwan. La capacidad de recrear en la imaginación del espectador la totalidad de un decorado aumenta la fuerza del relato. La magia peculiar, que retrotrae a la linterna mágica, de sumergir al espectador en una historia y de impedir que salga de ella antes de la palabra “fin” se apoyaba en una construcción precisa y lógica de los espacios, a partir del fraccionamiento inevitable del encuadre, con un empleo coherente de los objetivos y la luz: Dwan llevó este arte a la perfección. En sus últimas películas, el sentimiento de armonía nace de la aplicación instintiva de reglas geométricas secretas que había puesto a punto en la época del mudo (reglas evidentes en sus películas paródicas de los años 30 con los Ritz Brothers o incluso en La máscara de hierro). Y él supo, treinta años antes que Kubrick en 2001, jugar maravillosamente con el borde superior del encuadre (Frontier Marshal).
El arte de Dwan no pretende conmocionar; ignora las tensiones y produce un maravilloso estado de calma. Los conflictos son, en este cine, accidentes de la naturaleza humana. Pero supondría limitar la poesía peculiar de estas películas el tratar de explicarla por el pacifismo y el amor simple a la naturaleza del hombre Dwan. Él fue un clásico sin reparar en ello, pero un clásico de Hollywood. Este clasicismo es hoy letra muerta, esqueleto de convenciones pasadas de moda. Dwan creyó en ello porque, junto a Griffith y algunos otros, lo inventó sin darle importancia. Deja tras de sí películas que no alzan el tono de voz. Por gusto sincero (“¡Todo el mundo quiere ser Dios en este negocio!”). Y porque lo que contaba para él era sobre todo la historia: su movimiento y su ritmo, y no los del director. La ingenuidad es su genio, pero cuando una de sus películas resulta demasiado boba, es porque el guion era insalvable. Soñaba al final de su vida con abrir un hospital de guiones… Incluso sus películas más convencionales contienen hallazgos de planificación, dan fe de un uso imaginativo de los decorados, lo que no sucede en las películas malas de Walsh. Como Jacques Tourneur, Dwan tenía un secreto de fábrica que forma parte del corazón del cine y que se ha perdido. No porque el cine de hoy no sea digno, sino porque es un secreto de fábrica, es intransmisible. Dwan es al cine lo que Charles Ives a la música: un inventor sin recompensa.
Jean-Claude Biette. Cahiers du cinéma nº 332. Febrero 1982
The River’s Edge (1957)
Traducción del texto: Javier Oliva